Anclados en el tiempo y en la memoria de las montañas hacia el sur del estado Mérida, un grupo de pueblos duerme en el transcurrir del tiempo sin que el bullicio de la ciudad les atormente. Son los llamados Pueblos del Sur, pueblos que han permanecido con una muy sosegada existencia, una forma de vida rural autosuficiente; pueblos donde el tiempo se ha detenido y sus pobladores se han mantenido distantes de las transformaciones de la ciudad y su modernidad.
Los españoles que visitaron por vez primera la región de los Andes venezolanos, hicieron referencia a los asentamientos indígenas ya existentes. Estos españoles, a su llegada a la denominada provincia de las Sierras Nevadas, encontraron un territorio habitado por comunidades de cultivadores de la tierra que habitaban en los surcos intermontanos donde había cercanía con el agua y buena disposición de drenajes. Algunos de estos grupos eran hábiles constructores de terrazas, de estanques y acequias, tarea que les permitía la distribución racional del agua y un buen uso de la misma para el trabajo agrícola; transformaron así las zonas secas en un fluir de ramajes hídricos. Aún hoy día para estas comunidades la tierra sigue siendo la casa y la madre.
De los legados de estos españoles que visitaron por primera vez la región andina venezolana y que hicieron referencia a los asentamientos de los indígenas, conservamos en la historia las crónicas de Pedro de Aguado de 1581. Sus crónicas dan fe de las poblaciones del sur del estado Mérida. Sin embargo, también ha quedado en legado de estas poblaciones la huella de la resistencia que se expresa en la babel de los nombres que allí permanecieron. San Antonio y San José no desfiguran frente y al lado de Aricagua o Mucuchachí (Amodio, 2006).
El paisaje cultural de los pueblos del Sur, tenía al menos, dos núcleos de anclaje en la realidad material: uno en el ámbito productivo, definido por el panorama agrícola, y el otro religioso, definido por fenómenos de la naturaleza como el arco iris, y las lagunas sagradas. Así encontraron los españoles a su llegada a estos pueblos de montaña a mediados del siglo XVI a estos asentamientos indígenas, cuya cultura ha continuado activa y dinámica hasta hoy día, por supuesto con las transformaciones debidas a la imposición de los modos de vida y creencias cristianas.
No cabe duda que estos pueblos supieron modificar el ambiente natural difícil de los Andes y plegarlo a sus necesidades. Para cultivar las laderas construyeron andenes y canales para que el agua pudiera transitar sin desgastar la montaña. De la misma manera elaboraron complejas mitologías para explicar su existencia y la del mundo todo, con sus deidades y sus lagunas sagradas. Del descubrimiento de sus entierros, con momias y ajuares rituales podemos ver la complejidad de estas culturas y sus concepciones espirituales. (Amodio, 2006)