Vegetación

 

Vegetación

Los Pueblos del Sur del estado Mérida reúnen una amplia gama de ambientes naturales que contienen la mayoría de los ecosistemas originales más representativos de la geografía merideña. Desde los bosques nublados, tan característicos de nuestras montañas andinas, hasta los lugares más secos, localizados en la cuenca del río Nuestra Señora; desde los bosques húmedos del piedemonte andino barinés, localizados a altitudes que rondan los 100 metros sobre el nivel del mar, hasta los páramos andinos, sobre los 3.000 metros de altitud.

El observador, para el mejor aprovechamiento de su visita a estos sitios, amén de la contemplación del paisaje, deberá aguzar la vista, intentando penetrar en la amplia gama de formas vegetales que se manifiestan en cada uno de los parajes sureños y, más aun, de las variadas formas de los troncos y sus dimensiones, la apariencia de las hojas, sus bordes, colores y texturas, la policromía de las flores de tamaños que van desde las casi microscópicas hasta las de forma y apariencia que, con elocuencia, nos cuentan la gracia infinita de la naturaleza; para tratar de entender de qué manera estas manifestaciones son el producto de las condiciones generales del ambiente en el que le ha correspondido vivir y evolucionar a cada especie. De esta diversidad de ambientes resulta la amplia gama de formas en las que la vegetación se manifiesta.

Bosques húmedos

De altura impresionante, localizados en las colinas y vertientes bajas de piedemonte, que reciben las lluvias más copiosas en la región andina, poblados de árboles vigorosos, de troncos corpulentos de los que descuelgan lianas y bejucos que forman un entramado denso, ocultando al visitante los azules de la bóveda celeste, cuyo suelo está cubierto por una vegetación baja, de hojas anchas adaptadas para aprovechar al máximo la luz solar que se filtra desde las copas.

En algunos casos, como consecuencia de particulares condiciones de clima, suelos y relieve, algunas especies arbóreas pierden sus hojas en la estación seca, presentando manchones en los que se exponen las ramas desnudas en medio del verdor general. Este fenómeno natural es conocido como caducifolía, propio de los denominados bosques estacionales. La presencia de lianas y epífitas es menor en estos respecto a otros bosques húmedos.

No menos importantes y de menor tamaño que los anteriores, los bosques nublados también conocidos como selvas nubladas, se localizan en las laderas de las montañas, se identifican con relativa facilidad por la presencia de un manto de nubes que, con regularidad, los cubre y por localizarse en ellos una especie indicadora fácilmente identificable, el yagrumo u orumo, que con sus hojas plateadas forman franjas continuas divisables desde lo lejos, en altitudes que rondan los 2000 m.snm.

En estos bosques, las ramas de sus árboles sirven de asiento a una diversidad de especies adaptadas para vivir en medio de la humedad de una bruma que los cobija permanentemente, poblando las copas de los árboles de una impresionante gama de colores y formas. A estas plantas, entre las que abundan las orquídeas y las bromelias, se les conoce como epífitas, término que traduce el establecimiento de unos individuos sobre otros, con el único propósito de utilizarlos como soporte, sin parasitarlos.

El alto grado de humedad ambiental presente, da lugar a la llamada “lluvia horizontal”, fenómeno que se caracteriza por la condensación, en las copas de los árboles, del agua atmosférica, la cual precipita de manera permanente, haciendo de estos sitios, elementos esenciales en el mantenimiento del régimen hídrico de las cuencas y fomentando el epifitismo.

Además del yagrumo, son características de estas selvas nubladas, dos especies muy notorias, el helecho arborescente, al que se ha calificado como “fósil viviente” debido a que no ha evolucionado desde épocas muy remotas y la boroquera, que es un tipo de bambú de tallos finos y huecos, comúnmente utilizado para elaborar canastos de diferentes formas y dimensiones, apropiados para infinidad de usos.

 En los sitios secos,

la vegetación se manifiesta en bosques bajos, en relación con las dimensiones de las especies vegetales que los pueblan, y de densidad menor a los anteriores, con formas caprichosas en troncos y copas, que resultan de las adaptaciones propias de un proceso de evolución determinado por la necesidad de supervivencia, en ambientes en los que las lluvias son escasas y restringidas a cortas temporadas en el año.

Bosques espinosos y Matorrales espinosos

Son igualmente notorias, otras adaptaciones de los órganos vegetales, para soportar los bajos niveles de humedad ambiental, tales como la transformación de las hojas en espinas o en aguijones, lo que ha dado lugar a la denominación de bosques espinosos y matorrales espinosos para calificar estas formaciones vegetales; asimismo, la cubierta de las hojas con películas serosas que limitan la pérdida de agua por transpiración, o la presencia de tallos carnosos, como en los cactus y las tunas, en los que se acumulan grandes cantidades de agua.

 Páramo

Un ambiente que es característico de Los Andes, es el páramo, el cual se localiza en altitudes superiores a los 3000 m.snm, resultando de la confluencia de factores climáticos, bajas temperaturas y pocas lluvias respecto a zonas localizadas a menor altitud, fuertes vientos, suelos de baja a moderada fertilidad y fuerte insolación.

Al observar la vegetación de los páramos, un aspecto relevante a considerar se refiere a la aparente pobreza respecto a la variedad de especies que los pueblan, si se comparan con los bosques nublados o los bosques húmedos de piedemonte. Es importante tener en cuenta, como criterio básico de comparación, que la presencia y diversidad de seres vivos, en un ambiente determinado, es consecuencia de una serie de condiciones climáticas (vientos, temperatura, pluviosidad), topográficas (altitud), hidrográficas, edáficas (calidad de los suelos), antrópicas (presencia de comunidades humanas, grado de intervención de éstas sobre los ecosistemas naturales) entre otras, que determinan las posibilidades reales de desarrollo de las comunidades y, bajo la conjunción de estas condiciones, para sitios o regiones particulares, de qué manera éste desarrollo alcanza su máxima expresión.

Por tanto los páramos, tal como los vemos en ámbitos que han experimentado una reducida intervención de origen humano, tienen tanta riqueza natural como es posible en medio de las condiciones antes señaladas. Sólo bajo estos términos, podremos conocerlos, apreciarlos, valorarlos con la justicia que merecen.

La vegetación de los páramos está caracterizada por un conjunto de adaptaciones que les han permitido, a sus poblaciones, medrar en condiciones ambientales muy rigurosas y adversas, tal como ya se señaló. Muestra de ello es la cubierta de vellosidades sobre las superficies de las hojas, de lo que es característico el frailejón, planta más distintiva en estos sitios.

Asimismo, las comunidades vegetales parameras pueden presentarse en combinaciones de diferentes especies formando, entre otros, los denominados: pajonal paramero y pastizal paramero, en los que diferentes tipos de gramíneas se distribuyen espacialmente en combinación con frailejones y otras especies. A estas formaciones se les denomina asociaciones.

La cobertura sobre el suelo puede alcanzar proporciones cercanas a la totalidad de la superficie, encontrándose, además de los frailejones, en una amplia variedad de especies: el tabacote morado, romerito y otros arbustos de reducidas dimensiones.

En algunos páramos, el paisaje resulta del modelado que data de la era glaciar, cuando grandes masas de hielo cubrían buena parte de las zonas más altas de Los Andes, pudiendo identificarlos por la presencia de lagunas y los denominados circos glaciares, que conforman el entorno superior de las mismas, caracterizados por la excavación del terreno debido al movimiento ascendente y descendente de las masas de hielo, en etapas sucesivas de avance y retroceso a lo largo de las laderas, lo que produjo las concavidades hoy ocupadas por las lagunas en sí, así como las acumulaciones de tierra, laterales y frontales, conocidas como morrenas, que contribuyen al represamiento de sus aguas.

Al fondo de los circos, en los sectores de mayor altitud, afloran las rocas desnudas, generalmente terminadas en puntas aguzadas cuya continuidad da lugar a los característicos perfiles aserrados, de los que, de manera general en los paisajes montañosos, derivan las denominaciones de “sierra” o “serranía”, y que en algunos casos reciben nombres locales muy particulares, como el páramo de Los Aserruchos, fácilmente divisable hacia el este, desde el páramo de Las Nieves, en la vía Estanques – Canaguá.

Humedales

Por último, es pertinente hacer mención a los humedales, elementos particularmente importantes como reguladores del régimen hídrico de las cuencas, ya que funcionan como especie de esponja que retiene el agua de las lluvias y la que drena desde las laderas que los rodean, garantizando el flujo en los meses menos lluviosos. Asimismo, los humedales tienen especial relevancia como abrevadero para la fauna silvestre, especialmente en la temporada de sequía.

Estos tienen dos formas de presentarse. Por una parte, los céspedes, que se caracterizan por ser suelos anegados, pero que conservan una cubierta vegetal continua, son comúnmente conocidos como “tembladores” ya que oscilan cuando se camina sobre ellos. La otra son los pantanos, de suelos sobresaturados de agua, en los que ésta aparece expuesta en manchones que se intercalan con los de las gramíneas.

En desatención a su importancia se está haciendo común, la práctica de drenar este tipo de humedales para dedicar los terrenos a la agricultura, lo que está conllevando a alteraciones radicales en el flujo de las cuencas, sometiéndolas al riesgo de merma radical de sus caudales, especialmente en la temporada de sequía, en perjuicio de la dinámica natural y de los usuarios de acueductos y sistemas de riego localizados aguas abajo, por lo que reviste carácter urgente impedir que estas prácticas continúen.

La diversidad de especies vegetales está representada por árboles que pueblan, generosamente, desde los bosques húmedos de piedemonte hasta la selva nublada, pudiendo destacarse el cedro, el pardilo, el mijao, la caiba, el araguaney, el roble, el samán, el balso, la vara de maría y el guayacan.